Friday, May 20, 2011

El que sabe, sabe...

Pues resulta que estaba checando las noticias en Internecio y me topé con el movimiento español "¡Democracia real ya!", llamado 15-M (porque comenzó el 15 de mayo, duh), una bolototota de gachupines encabronados con el FMI, la corrupción, la crisis y sobre todo con la demoscracia (sí, "demoscracia", del griego δῆμος, "déèmos" [pueblo], más κράτος "krátos" [fuerza, en el sentido de "güevos", "dominio", "te parto tu madre"] y el español "mosca": dícese de la democracia de opinión, es decir, la fase decadente de la Democracia).

Y bueno, la verdad es que el 15-M es buen movimiento, semejante a lo que hacen aquí en México los de No + Sangre, Paz con Justicia y Dignidad o los harbanos del mundo árabe, que en los últimos meses han hecho sudar a los Poderes.

Sin embargo, como siempre, los reaccionarios salen a demostrar (sin que nadie se lo pida, eso sí: tienen vocación e iniciativa) lo bestias que son: un tal César Vidal salió a tachar a los 15-M de "perroflautas" y de tener vínculos con ETA. Incluso dijo que una rama juvenil de ETA los había entrenado en guerrilla urbana... Ahora resulta que las manifestaciones son una forma de guerrilla urbana. Bueno, peor nos las hemos visto con la deforma a la Ley de Seguridad Nacional, W.C. Belcebush y su Acta Patriótica, etc.

Sin embargo, no deja de llamar la atención el tarado que dijo semejantes soplapolleces (para mantener el tono español de este delicado asunto). Resulta que César Vidal es un periodista y "escritor" de cierta envergadura (no es albur, así se dice, bola de malpensados). Se supone que tiene Doctorados en Filosofía, Historia y Teología. Tiene programas de radio y es bastante activo en el sector político conservador de España (incluso lo señalan como "ideólogo" de la derecha española). Bueno, bueno, la cuestión es que este nombre ya me lo había yo topado (para mi desgracia) antes...

Resulta que en mi penúltimo semestre en la Licenciatura, elegí leer un libro de este amiguito (es un decir) porque me llamó la atención y era una de las opciones de lectura obligatoria de la materia (afortunadamente no había que leerlo a él a güevo, pero mi gusto me jugó una mala pasada): El médico del sultán. Me llamó la atención no por el puro nombre, sino porque tenía como protagonista a un tal Maimónides, alias Moshe ben Maymūn (משה בן מימן), alias, Rambam (רמב"ם), alias "Papá Maimónides", un filósofo cordobés judío (1135-1204 d.C.) que es considerado, a la fecha, como el rabino más grande en la historia de los judíos.

El punto es que soy un gran seguidor (pagano, por supuesto) de su pensamiento. Además, en la novela salía un tal Ṣalāḥu ad-Dīnu Yūsufun ʾibnu ʾayyūbi (صلاح الدين يوسف ابن أيوب), alias Saladino, pa' los cuates. Otro de los que considero un gran ejemplo como líder (militar sobre todo) junto con Λεωνίδας (Leónidas, hombre), Μέγας Ἀλέξανδρος (Alejando Magno, pues) y Činggis Xaan (no sé escribir en mongol, lo siento; chequen la imagen).

Así las cosas, elegí ese librucho (El médico del sultán) del susodicho César Vidal porque hablaba de dos personajes importantes en mi vida (Maimónides y Saladino) y, sinceramente, las credenciales del autor me impresionaron. El resultado de la lectura (y mi base para decir que César Vidal es un pendejo) fue el siguiente (disfrútenlo con leche):

"CÉSAR VIDAL, El médico del sultán, Grijalbo, México, 2005, 255 pp.

Quiero comenzar diciendo que no tengo nada contra la llamada “novela histórica”. Me parece que el término está mal empleado, pero no tengo problema alguno con este tipo de obras: cualquier texto bien hecho puede ser literario (es decir, arte) sin importar sus pretensiones. Aclaro para evitar parecer detractor de esta manifestación particular de literatura con lo que diré más abajo. Tener problemas con un autor o los seguidores de un género literario no significa tener problemas con el género completo.

El texto en cuestión es una muestra más de un texto pretendidamente literario que no pasa de ser un producto disfrazado de novela histórica para consumo de la masa. Antes de entrar bien en el texto todo suena muy bien: una novela histórica situada en el siglo XII siguiendo veinte años (de los 32 a los 52) en la vida del gran sabio y filósofo judio (según su nombre en árabe) ʾabū ʿimrānu Mūsà binu Maymūnu binu ʿubayd al-Lāhu al-Qurṭubī (أبو عمران موسى بن ميمون بن عبيد الله القرظبي), “Maimónides” (1135, Córdoba, España – 1204, Fustat, Egipto), escrita por un doctor en Filosofía, Teología e Historia que además es miembro de asociaciones como la American Society of Oriental Research y el Oriental Institute of Chicago tiene todo para ser una gran novela, ¿no? Pues no necesariamente y en este caso es todo lo contrario.

El texto está dividido en dos partes: “El libro de la sabiduría frágil” y “El libro de la sabiduría perpetua” con 25 capítulos el primero, 15 el segundo y algunos extractos directamente de la obra original de Maimónides intercalados al final de varios de los capítulos que funcionan a manera de epígrafes para el capítulo siguiente y para el núcleo narrativo siguiente. De cierta manera, los epígrafes sirven como hilo temático y van guiando la narración a veces de manera directa.

El texto nos presenta un narrador protagonista en la voz de Maimónides mismo con un tiempo (ya se dijo) de 20 años, pero presentado en zig-zag mediante el uso de analepsis (flash-backs, retrospectivas): la historia comienza en 1187, cuando Moisés tenía 52 años (hacia el final de su vida) y hay constantes regresiones a 1167 y subsiguientes, cuando tenía 32. Los espacios en que se desarrollan las acciones son principalmente dos: Fustat, Egipto y Jerusalén, Palestina.

El personaje principal es, como establecimos arriba, Maimónides con intervenciones de su hermano David Ibn Ubayd (sic, personaje secundario), Sara, su esposa, Zutte (secundario por un rato), y, muy especialmente, Saladino como principal personaje secundario. La trama es simple: cómo Maimónides, exiliado de Córdoba se estableció finalmente en Fustat y ahí comenzó a obtener fama y posición como médico hasta el grado de ser reclutado por Saladino mismo para acompañar en calidad de médico de guerra a la reconquista de Jerusalén. Hay pequeños guiños a la Mišneh Tōrah, obra maestra de Maimónides y que en este texto pasa a un segundo lugar ante el discurso judaizante.

En cuanto al discurso, éste es el tercer gran problema del texto (del primero y segundo hablaremos más abajo). La construcción del discurso está plagada de figuras patéticas (en el sentido puramente retórico del término) que buscan la inclinación del lector a una tesis tendenciosa y bastante choteada ya: el “Pobrecitos judíos, cómo han sufrido a manos de seres viles varios, especialmente los monstruosos árabes misóginos y represores, bestias furibundas destructores de todo lo no musulmán”. Esto se nota, principalmente, en las acciones de los islámicos del texto contra los judíos ahí aparecidos (maltratos infantiles, represión, etc.) y en el registro lingüístico utilizado tanto en las descripciones de los islámicos como en sus intervenciones discursivas (v. gr.: p. 184, donde se dice que la intención de Saladino era “aplastar y humillar”, -no le bastaba con derrotar, pues-; también en pp. 191, 192, 197-200, 210, 222 y muchísimos desde p. 40).

En cuanto a figuras retóricas, dentro de las que no apuntan al discurso patético, la mayoría son un montón de clichés amorosos o cosmológicos en forma de símil (p. 77) o como simple construcción de cursilería amorosa (pp. 96, 101, 135-137, etc., etc.). Las únicas dos metáforas realmente fuertes, realmente artísticas (pp. 50 y 106) son debilitadas hasta la destrucción al ser explicadas en aras de que el público masificado a quien va dirigido el texto no se molesten en esforzarse para comprenderlas. Finalmente, para dar una idea de verosimilitud y de indigenismo, el discurso está salpicado de arabismos y hebraísmos mal transliterados, otra vez, a favor de una mayor difusión. En conclusión, el discurso plasma una visión martírica del mundo judaísta ya vista con demasía en muchos otros lados.

El segundo gran problema del texto está al nivel de los personajes. Primero, nos presenta a un Maimónides infantilizado hasta la ridiculez, incapaz no sólo de comprender a una cultura prima (en el sentido de que judíos e islámicos son primos) a la suya, sino, peor aún, sin deseo alguno de comprenderla. Maimónides aparece como un personaje débil y pusilánime que está parado entre la barbarie con los sentidos embotados por tanta bestialidad sin atinar a hacer algo al respecto y sin poder entender lo sucedido. ¿Y la sabiduría tremenda y la formidable comprensión que ben Maymun tenía no sólo del ser, sino de ambas culturas, judaísmo e Islam? Por el otro lado encontramos a Saladino como otro personaje débil (en el mismo sentido que Rambam: que actúa por pasión, sin toma de conciencia alguna, como decía Todorov), pero frenético, avaricioso, sádico y sanguinario. ¿Dónde quedó el gran Saladino estratega del que Sūnzǐ hubiera estado orgullosísimo? ¿Y el gran líder piadoso Saladino de quien incluso la Iglesia medieval dijo ser increíble tanta sabiduría y misericordia en un alma infiel?

Podría argumentarse que, al ser un texto literario, no tiene por qué presentar al Maimónides o al Saladino reales, pero este es su primer gran problema: su pretensión de verdad. La “nota del autor” aparecida al final del texto y el curriculum del autor puesto como tarjeta de presentación del libro para apantallar y propiciar la compra del objeto (además de la denominación “novela histórica”) son lo que más lapida la obra misma. Poner a Maimónides como narrador protagonista fue el clavo final en el ataúd de este texto que nació muerto. Los epígrafes especialmente seleccionados serían un gran aporte a la literariedad del texto si no estuvieran descontextualizadas y utilizadas de manera tramposa para sustentar el discurso patético y casi gritarnos: “Maimónides dijo esto. Le caían mal los árabes y denunciaba sus monstruosidades.”

La historia del Islam es demasiado compleja como para encajarla a golpe y porrazo en prejuicios diciendo cómo todos los árabes (no islámicos, ojo, en el texto jamás hay distinción entre sunna, šīʿa, árabe, kurdo, almohade, almorávide, egipcio ni nada) son una bola de talibanes intolerantes... Un doctor orientalista lo sabría.

Este libro me hizo recordar aquella máxima que reza “no juzgues a un libro por su cubierta” y de hecho, la ha ampliado a “sus cubiertas (en plural) ni por sus solapas.” Al final, lo único que vale la pena son los extractos de la obra de Maimónides, pero sin tomar en cuenta el resto del texto. Me preguntaba, ¿será César Vidal un español resentido con los árabes como los mexicanos con los españoles? ¿Será judío? ¿Ambas? Hace poco me enteré de que no es judío..."

Y ya. Ahora que lo veo, la reseña no está tan profesional como debería, pero bueno... Tampoco es que el librajo diera para aplicar muchos conocimientos especializados.

Ésa es la calaña de César Vidal. Lo que dijo de los 15-M no fue un patín: de verdad así piensa.


Aliquandō rideō, iocor, ludō; home sum...