El texto en cuestión es una muestra más de un texto pretendidamente literario que no pasa de ser un producto disfrazado de novela histórica para consumo de la masa. Antes de entrar bien en el texto todo suena muy bien: una novela histórica situada en el siglo XII siguiendo veinte años (de los
El texto está dividido en dos partes: “El libro de la sabiduría frágil” y “El libro de la sabiduría perpetua” con 25 capítulos el primero, 15 el segundo y algunos extractos directamente de la obra original de Maimónides intercalados al final de varios de los capítulos que funcionan a manera de epígrafes para el capítulo siguiente y para el núcleo narrativo siguiente. De cierta manera, los epígrafes sirven como hilo temático y van guiando la narración a veces de manera directa.
El texto nos presenta un narrador protagonista en la voz de Maimónides mismo con un tiempo (ya se dijo) de 20 años, pero presentado en zig-zag mediante el uso de analepsis (flash-backs, retrospectivas): la historia comienza en 1187, cuando Moisés tenía 52 años (hacia el final de su vida) y hay constantes regresiones a 1167 y subsiguientes, cuando tenía 32. Los espacios en que se desarrollan las acciones son principalmente dos: Fustat, Egipto y Jerusalén, Palestina.
El personaje principal es, como establecimos arriba, Maimónides con intervenciones de su hermano David Ibn Ubayd (sic, personaje secundario), Sara, su esposa, Zutte (secundario por un rato), y, muy especialmente, Saladino como principal personaje secundario. La trama es simple: cómo Maimónides, exiliado de Córdoba se estableció finalmente en Fustat y ahí comenzó a obtener fama y posición como médico hasta el grado de ser reclutado por Saladino mismo para acompañar en calidad de médico de guerra a la reconquista de Jerusalén. Hay pequeños guiños a
En cuanto al discurso, éste es el tercer gran problema del texto (del primero y segundo hablaremos más abajo). La construcción del discurso está plagada de figuras patéticas (en el sentido puramente retórico del término) que buscan la inclinación del lector a una tesis tendenciosa y bastante choteada ya: el “Pobrecitos judíos, cómo han sufrido a manos de seres viles varios, especialmente los monstruosos árabes misóginos y represores, bestias furibundas destructores de todo lo no musulmán”. Esto se nota, principalmente, en las acciones de los islámicos del texto contra los judíos ahí aparecidos (maltratos infantiles, represión, etc.) y en el registro lingüístico utilizado tanto en las descripciones de los islámicos como en sus intervenciones discursivas (v. gr.: p. 184, donde se dice que la intención de Saladino era “aplastar y humillar”, -no le bastaba con derrotar, pues-; también en pp. 191, 192, 197-200, 210, 222 y muchísimos desde p. 40).
En cuanto a figuras retóricas, dentro de las que no apuntan al discurso patético, la mayoría son un montón de clichés amorosos o cosmológicos en forma de símil (p. 77) o como simple construcción de cursilería amorosa (pp. 96, 101, 135-137, etc., etc.). Las únicas dos metáforas realmente fuertes, realmente artísticas (pp. 50 y 106) son debilitadas hasta la destrucción al ser explicadas en aras de que el público masificado a quien va dirigido el texto no se molesten en esforzarse para comprenderlas. Finalmente, para dar una idea de verosimilitud y de indigenismo, el discurso está salpicado de arabismos y hebraísmos mal transliterados, otra vez, a favor de una mayor difusión. En conclusión, el discurso plasma una visión martírica del mundo judaísta ya vista con demasía en muchos otros lados.
El segundo gran problema del texto está al nivel de los personajes. Primero, nos presenta a un Maimónides infantilizado hasta la ridiculez, incapaz no sólo de comprender a una cultura prima (en el sentido de que judíos e islámicos son primos) a la suya, sino, peor aún, sin deseo alguno de comprenderla. Maimónides aparece como un personaje débil y pusilánime que está parado entre la barbarie con los sentidos embotados por tanta bestialidad sin atinar a hacer algo al respecto y sin poder entender lo sucedido. ¿Y la sabiduría tremenda y la formidable comprensión que ben Maymun tenía no sólo del ser, sino de ambas culturas, judaísmo e Islam? Por el otro lado encontramos a Saladino como otro personaje débil (en el mismo sentido que Rambam: que actúa por pasión, sin toma de conciencia alguna, como decía Todorov), pero frenético, avaricioso, sádico y sanguinario. ¿Dónde quedó el gran Saladino estratega del que Sūnzǐ hubiera estado orgullosísimo? ¿Y el gran líder piadoso Saladino de quien incluso
Podría argumentarse que, al ser un texto literario, no tiene por qué presentar al Maimónides o al Saladino reales, pero este es su primer gran problema: su pretensión de verdad. La “nota del autor” aparecida al final del texto y el curriculum del autor puesto como tarjeta de presentación del libro para apantallar y propiciar la compra del objeto (además de la denominación “novela histórica”) son lo que más lapida la obra misma. Poner a Maimónides como narrador protagonista fue el clavo final en el ataúd de este texto que nació muerto. Los epígrafes especialmente seleccionados serían un gran aporte a la literariedad del texto si no estuvieran descontextualizadas y utilizadas de manera tramposa para sustentar el discurso patético y casi gritarnos: “Maimónides dijo esto. Le caían mal los árabes y denunciaba sus monstruosidades.”
La historia del Islam es demasiado compleja como para encajarla a golpe y porrazo en prejuicios diciendo cómo todos los árabes (no islámicos, ojo, en el texto jamás hay distinción entre sunna, šīʿa, árabe, kurdo, almohade, almorávide, egipcio ni nada) son una bola de talibanes intolerantes... Un doctor orientalista lo sabría.
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